LA REVOLUCIÓN FRANCESA
A menudo se habla de la revolución francesa como si fuese un todo bien definido, organizado y claro. Sin embargo, hay que distinguir distintas crisis económicas, sociales, religiosas y políticas que se van relacionando entre ellas, y que poco a poco van transformando el orden establecido, según una cadena de acontecimientos que arrancan de 1789, año en el que se considera que comienza la revolución francesa, aunque su punto de partida es anterior. La revolución no tuvo la misma intensidad en todo el territorio. Las consecuencias de la misma se harán sentir en todo el país, y se modificarán las ideas, y especialmente las condiciones de vida. Francia quedó completamente transformada, cada persona vio cambiar el mundo a su alrededor. Con las órdenes y las congregaciones religiosas ocurrió el mismo fenómeno, algunas ya no lograron restablecerse. Otras, a partir de una gran tenacidad y acopio de paciencia, alcanzaron su reconstitución. Esta nueva vida quizás arrancó también de una serie de circunstancias providenciales que hicieron posible la continuidad.
La revolución en la Beauce
Los años anteriores a la revolución habían sido muy difíciles. Unas inundaciones desastrosas en 1787 condujeron a una etapa de hambre en 1788, que se vio más acentuada aún por la sequía y el granizo de julio de 1789. Estas circunstancias hicieron aumentar el precio de la vida, y de nuevo el hambre llegó a la mayoría de familias. El invierno de 1789 fue uno de los más duros del siglo. Como en todas partes, los pobres sufrieron las peores consecuencias. Estos hechos originaron graves problemas y se inició una etapa de robos y pillaje. La gente hambrienta amenazaba a los propietarios y los llegaba a considerar responsables de la crisis. Algunos fueron llevados a los tribunales y condenados.
La gente de la Beauce eran campesinos de carácter más bien tranquilo, que solían tener las necesidades básicas cubiertas. A unos 60 kilómetros de París, era una región rica en productos de la tierra, se la llama el “granero de Francia” y siempre contaba con ciertas reservas agrícolas para hacer frentes a las repetidas crisis. Las ideas nuevas de la ciudad apenas habían llegado hasta aquella gente y nadie ponía aún en duda las enseñanzas que habían recibido desde siempre. Sin embargo, los vendedores ambulantes, los guías de viajes, los puestos de parada en el camino, los viajes que muchos hacían a Chartres, eran ocasiones para oír hablar de cuanto estaba ocurriendo a nivel político en el país.
¿Estaba enterado el pequeño pueblo de Sainville de cuanto ocurría en París? Es difícil afirmarlo, pero debía haber ya entonces más de una asamblea para discutir acerca de los impuestos, y los problemas económicos del lugar. Pero seguramente los graves acontecimientos no eran conocidos por los habitantes del pueblo, ni les importaban demasiado. Sin embargo, poco a poco las noticias fueron extendiéndose y el relato de los acontecimientos debía impresionar a los habitantes de Sainville.
Se decía que grupos armados por los aristócratas recorrían los campos para incendiar las cosechas. Así se entraba en una nueva etapa de hambre que obligaba a los campesinos a pagar precios muy altos para acceder a los productos que los mismos nobles tenían en las reservas. El más mínimo problema desencadenaba enormes reacciones represivas que hacían huir a la gente vagando por los caminos y muriendo de hambre después de abandonar sus hogares y sus escasas posesiones.
Llega también la noticia de que el 4 de agosto en Versalles se acuerda la abolición de los privilegios y los derechos feudales. Pero como ocurre casi siempre con los grandes decretos políticos, la vida de la pobre gente varia bien poco. La etapa de la revolución logra introducir unos cambios muy notables en toda la organización del país. Se cambian incluso los meses del año y los días de la semana. El 15 de enero de 1790 Francia queda dividida en 83 departamentos. El 13 de febrero se prohíben los votos religiosos y se suprimen las órdenes contemplativas. Se proclama la constitución civil el 12 de julio de 1790, en ella los sacerdotes pasan a ser funcionarios de la Nación. El clero deja de ser considerado dependiente del Papa y se obliga a los sacerdotes a jurar la nueva constitución para poder permanecer en sus puestos. Esta constitución se define como laica y producirá grandes males a la Iglesia.
Algunos obispos, y entre ellos el de Chartres, se dan cuenta de que estas exigencias originaran graves dificultades para la Iglesia, y miran de evitar el juramento. Este hecho lleva a algunos a abandonar Francia. El obispo de Chartres huye a Inglaterra y no regresará a Francia hasta 1806. Entre tanto un obispo “constitucional” ocupara su lugar. No tenemos ningún documento que exprese la relación de la Congregación ni con el obispo ni con la nueva situación. En Sainville el párroco, que era también capellán de la comunidad muere en 1791. Es nombrado para sucederle un “cura constitucional” y un vicario. Ambos abandonaran poco más tarde el sacerdocio y pasaran a trabajar en departamentos oficiales. El capellán de las hermanas, Mn. Lhautellier, no acepta jurar la constitución. Por este motivo será perseguido y exiliado hasta 1801. Antes de verse obligado a huir, prestó buenos servicios a la comunidad.
Las hermanas en la etapa de la revolución
La mayoría continúan en sus lugares de trabajo aunque las condiciones de vida y contratos se modificaron. La pérdida de contacto entre ellas fue una de las causas que luego dificultó la reconstitución. Algunas murieron y otras no volvieron nunca a la comunidad, el número de hermanas disminuyó de modo marcado y seguramente se puede pensar que al final de la etapa revolucionaria quedaban sólo unas 30 o 35 hermanas. Con Napoleón Bonaparte en el poder, Francia vuelve a encontrar un cierto equilibrio. Las necesidades son tantas y tan grandes que el mismo gobierno pide que se organicen comunidades para remediar tanta miseria.
Reconstitución de la Comunidad en Janville (1803)
En 1802, el P. Granger estima que es el momento oportuno para solicitar al “Ministerio de culto” la reorganización de la comunidad de Sainville. Presenta los documentos explicando de modo muy claro cuál era la intuición o el deseo de Marie Poussepin y evocaba el bien realizado por las hermanas y el deseo que tenían las que habían sobrevivido a la revolución de volverse a organizar como congregación, con una vida común y poder ejercer así su misión de caridad y de entrega (“Memoria presentada por las Hermanas de Sainville al Gobierno para obtener el permiso de reunirse en Comunidad”, 1802).
El 17 de septiembre de 1803 llegó a la Prefectura de Eure et Loire el permiso para que la Congregación pudiera reconstituirse, bajo la denominación de “Comunidad de las Hermanas de la Caridad de Janville”. Este permiso fue enviado inmediatamente a Janville. El P. Granger había realizado los mismos trámites en el obispado de Versalles y el 12 de octubre de 1803 recibió los poderes para actuar como superior eclesiástico de la comunidad y el permiso para convocar un capítulo con la finalidad de elegir una nueva superiora general. Rápidamente envió le convocatoria para este capitulo a las hermanas que había podido localizar.
El capítulo de reconstitución tuvo lugar en Janville el 21 de noviembre de 1803, en la pequeña capilla del Hospital. Sr. Augustin fue elegida como nueva superiora general, y Sr. Laurent como asistenta. A partir de este momento arranca de nuevo la obra de Marie Poussepin. No todas las hermanas que habían sido convocadas asistieron a este capítulo, sólo ocho pudieron estar presentes, otras ocho habían enviado su voto a través del correo. Un total de 16 hermanas habían podido responder a la convocatoria, sobre las aproximadamente 30 o 35 que se habían llegado a localizar.
Se levanta acta del capítulo, que figura en el Registro de los Archivos junto con la Memoria de 1802, que inauguran el libro de la Reconstitución. La Presentación renace canónicamente. Es un gran día de esperanza, de oración y de alegría. Para asegurar el relevo y la continuidad, era necesaria la “reconversión” de cada una de las hermanas, un retorno a las fuentes del Carisma de fundación. Era primordial poder transmitir a las jóvenes que se presentaban el contenido del carisma conforme con el pensamiento de Marie Poussepin, en la tradición del Evangelio y de la Iglesia, sin tensiones fijadas por el pasado y sin desvío en una sociedad que había evolucionado tan
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