Por Hna. Gemma Morató
Cuando la Virgen María era muy niña, sus padres la llevaron al templo de Jerusalén para ser instruida. Es una fiesta que nació en el año 543 en Oriente con ocasión de la dedicación de la basílica de Santa María la Nueva en Jerusalén.
Fiesta de origen oriental. Se inicia la víspera (20 de noviembre) y se prolonga hasta el 25 o día de la clausura solemne. Es una de las doce fiestas principales del año litúrgico oriental. El oficio es muy interesante, es una fuente de tradición litúrgica, de tradición espiritual, una invitación a dejar presentar este misterio en la vida cristiana, a acercarse a festejarlo con mucha alegría, «portando con las vírgenes nuestras lámparas encendidas». Esta celebración pasó al calendario romano en 1585.
Una tradición muy antigua cuenta que, cuando la Virgen María era muy niña, sus padres, San Joaquín y Santa Ana, la llevaron al templo de Jerusalén y allá la dejaron por un tiempo, junto con otro grupo de niñas, para ser instruida muy cuidadosamente respecto a la religión y a todos los deberes para con Dios.
Es en los evangelios apócrifos donde se encuentra el relato de la Presentación de María al templo. El llamado Protoevangelio de Santiago es el más antiguo y en él se encuentra el siguiente texto: "María no tenía sino un año; Joaquín dijo a su fiel compañera: conduzcámosla al Templo para cumplir el voto que hemos hecho al Señor. Ana le respondió: esperemos mas bien que ella cumpla sus tres años, cuando no tenga tanta necesidad de su padre ni de los cuidados de su madre... Está bien, dijo Joaquín..., llegó el momento solemne. Ana y Joaquín reunieron a las jóvenes de su tribu y se dirigieron hacia el templo del Señor. No llevaban ni cordero ni paloma, pero iban a ofrecer a aquella que debía concebir al Cordero de Dios para la Redención del mundo, la mística paloma de los jardines del cielo. Cuando los peregrinos llegaron al umbral del pórtico, la Virgen pequeñita, subió sola las gradas, con paso firme y seguro".
Los autores de la vida espiritual encuentran aquí tres méritos: hay de parte de María el mérito de la diligencia apremiante, puesto que presurosamente viene a ofrecerse a Dios. El de la generosidad completa, porque María va a inmolarse al templo, deja a su padre y a su madre. Y el tercer mérito es el de una fidelidad inviolable, María sube de virtud en virtud.
El Protoevangelio de Santiago dice también: “Cuando la niña tuvo tres años, Joaquín dijo: llamen a las niñas hebreas de raza pura y que cada una lleve una lámpara que no se apague. La niña no deberá tornar a otro lado; y su corazón no se fijará en nada fuera del Templo del Señor. El sacerdote acogió a la niña y la presentó en sus brazos... Hizo sentar a la niña en la tercera grada del altar. Y el Señor hizo descender sobre Ella, su gracia. Y levantándose en sus pies, se puso a danzar, frente a toda la casa de Israel. Los padres regresaron del Templo llenos de admiración y alababan a Dios. La niña no había vuelto cabeza... María habitaba en el Templo del Señor como una paloma”. En este relato leemos que María elige al Señor, toma una decisión, se sabe un “ser ofrecido a Dios”, se sitúa al servicio de Dios. En estas señales visibilizamos el misterio de la Presentación. Así en la larga historia de la vida religiosa y en centenares de Congregaciones, María tiene un caracterización espiritual dominante, son varias las que quieren imitar a María a partir de su Presentación en el Templo del Señor.