¡Son nuestros hermanos!

Enero 2020, Hna. Marta Inés Laguado, Pont d’Inca.-  Ver el rostro de Dios en el hermano que sufre, pasa hambre, está desnudo y vive en la calle es una experiencia de hacer vida el Evangelio en unos rostros concretos, demacrados, tristes, sin amor o consuelo, marcados por la exclusión social, la marginación, la violencia, el maltrato, el abuso sexual…
 

¡ELLOS NO SON DE LA CALLE, SON NUESTROS HERMANOS!
“Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer, o sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos como forastero, y te recibimos, o desnudo, y te vestimos?” (Mt 25,35 ss.)

Ellos no son de la calle porque nacieron protegidos por algún ser querido, alguien estuvo ahí para ver su nacimiento, un vientre los resguardó del frío y del sol y les entregó su sangre y su alimento. Más tarde, con el trasegar de la vida y las circunstancias adversas que los fueron marcando, quedaron desamparados y sólo les quedó la calle como refugio. En nada sustancial se diferencian de nosotras… simplemente no han tenido suerte, o no han sabido administrar su propia vida.

Es esta la experiencia que vivimos los martes, a partir de las ocho de la noche, un grupo de voluntarios que realizamos el proyecto ENCUENTRO, del que formo parte, gracias a la invitación que me hizo una profesora del colegio, llamada Paula García, alma y fundadora de esta iniciativa. Allí, en las calles de Palma, al amparo de cartones o de plásticos, vamos encontrando a hombres y mujeres bajo puentes o soportales, en callejuelas estrechas o donde las avenidas se convierten en autopistas, tratando de refugiarse del frío y de los peligros a los que la intemperie los expone. Ya nos conocen, esperan nuestra llegada y nos reciben con un abrazo y un beso que traducimos como expresión de soledad que se colma de proximidad y de afecto gratuito y desinteresado. En ellos vemos y sentimos a aquellos forasteros del Evangelio, desnudos de seguridad, desarropados de cariño, de motivación, de salud, huérfanos de calor humano y de la ternura de un hogar.

Sentados junto a ellos, al calor de una hoguera y debajo de un plástico o al lado de una montaña de trastos viejos, hablamos de sus problemas, de las dificultades de la semana, de sus pequeñas o truculentas historias de vida… Y no podemos menos que compartir algún alimento, una bebida caliente mientras nos cuentan cómo miran el mundo y lo que pasa en su diario vivir, aunque para algunos su esperanza sea sólo la de envejecer y morir bajo una tienda de plástico.

Me impresiona el amor con que nos esperan y reciben, y los gestos a través de los cuales lo expresan. les comparto con sencillez una anécdota que pone en evidencia esos sentimientos y su capacidad para compartir desde la pobreza. Hace unas semanas un grupo de cuatro hombres, todos migrantes que duermen bajo un puente cerca de un conocido centro comercial, recibieron de él, “por lanzamiento”, una caja de ropa defectuosa que no podían vender por esa razón. Ellos separaron algunas camisas y pantalones de mujer y nos esperaban para dárnoslas como regalo. Este gesto me conmovió hasta lo más profundo del corazón e hizo que resonara en mí, a lo largo de la noche, la letra de la canción, “cuando el pobre nada tiene y aun reparte… va Dios mismo en nuestro mismo caminar”.

Esta experiencia me hace muy feliz. Me permite repetirme una y otra vez que la razón de ser de mi vida de consagrada no es otra que la de encontrar a Jesús en el más pobre, liberada de todo deseo de poder, de protagonismos, de aspiraciones meramente humanas y profesionales.

Agradezco a Hna. Ángela Anta, superiora provincial, y a mi comunidad de Pont d’Inca por su respaldo, confianza y apoyo en mi decisión de unirme al proyecto ENCUENTRO. Presto este servicio en nombre de mi provincia de España y de mi comunidad, como prolongación y extensión del servicio de caridad heredado de nuestra Madre Marie Poussepin.